“Lo que sucede entre el horizonte y la mirada: eso es el paisaje”
Cristina Rivera Garza, Había mucha neblina o humo o no se qué
Cristina toma fotografías y teje. Hay algo clave en dos series de sus tejidos, en una teje sobre hojas de texto y en otras teje sobre retratos hasta que estos parecen un grupo medianamente ordenado de píxeles. Cristina reconoce que las palabras y los rostros son un cruce, un punto medio entre un lugar y otro. Su obra, también compuesta por fotografías y tejidos realizados con esas fotografías, muestran cómo el ver es interpretar, traducir, un grupo de referentes. Cristina señala este proceso, esta transfiguración de las imágenes y los significados, y mira desde allí. Afortunadamente para nosotros, ella conoce las herramientas para comunicar su mirada, para mostrar cómo la traducción nunca es una transacción absoluta y siempre arrastra fragmentos de otras lenguas, de otros lenguajes no verbales, de otros lugares. Cristina, en vez de convencernos que el concepto se hace imágen o que el texto se hace obra, nos invita a estar con ella en esos intersticios de imposible traducción.
Los espectadores entramos en ese lugar que es la visión de Cristina. La obra de Cristina reúne las fotos y los tejidos, pero la compone lo que pasa entre estas piezas y la mirada de quienes la vemos, es en ese lugar, en ese habitar compartido, que esta obra es y existe realmente.
Cristina habla de sus fotografías como quien habla de un lugar querido. El primer adjetivo que viene a la cabeza no es el de “imágenes importantes”, porque no hay una importancia que desde afuera señala la foto como un documento o como un símbolo, sino que son imágenes sentidas, en el sentido estricto de la palabra. Para poder experimentarlas, la memoria trae a la cabeza temperaturas, sonidos y sensaciones de la luz del sol sobre la piel. Estas fotos no contienen significados, sino que construyen diálogos bilaterales con los espectadores y su experiencia del mundo. Sólo en la medida que alguien las vea y esté ahí con ellas, negociando la mirada propia con la visión de Cristina, es que estas fotos producen una experiencia artística.
En vez de pasar en frente de estas imágenes sin más, nos quedamos frente a ellas y en ese ocupar el espacio construimos un pequeño momento habitable donde están permitidos los desvíos y las ramas de ese árbol que es el pensamiento. Tenemos en frente fragmentos de cuerpos y de lugares que componen en nuestra cabeza un nuevo paisaje. Nuestra imaginación produce un ensamblaje visual: así conocemos ese lugar que Cristina construye en su obra. Un paisaje construido como un tejido que toma de muchos y variados hilos para construir una tela de un color desconocido.
Si bien Cristina se ha formado como fotógrafa y es el medio que más conoce, es en los límites de esta práctica que ella fija su atención. Es en eso que la fotografía no logra señalar o indicar que ella encuentra un lugar para su práctica artística. Cristina defiende mucho otras formas de abordar el retrato y creo que ahí es donde está su fuerte, en la capacidad de retratar prescindiendo del rostro, proponiendo relaciones entre los gestos y las marcas de las persona. Es como ir al optómetra y taparse un ojo para poder identificar mejor cómo ve el otro: así son esos retratos que nos hacen prescindir del significante facial tradicional para ponernos a fijarnos en manos, en brazos, en pliegues en la ropa. manos, gestos y siluetas que se asoman desde el paisaje para revelar que está habitado. Acá el retrato es una búsqueda de las marcas del habitar de las personas en los espacios
En medio del imperativo de no detenerse, sea moviéndose o por la costumbre contemporánea del incesante scroll down, la obra de Cristina se convierte en una invitación a quedarse con ella, a escuchar quedito, a contemplar lo que se tiene al frente y habitar un espacio donde las imágenes no son un medio para comunicar, sino un fin en sí mismo, las partes de un diorama construido desde la mirada de Cristina para que podamos quedarnos allí con ella y su visión.
Josué Cabrera (amigo)